De los Pirineos a los Cárpatos
Dos amigos, mil destinos
Fernando y Arturo o “gordito” y “pelón” -como se hacen llamar entre ellos- se conocen desde muy pequeños. A sus 34 años, saben disfrutar de la vida. ¿Cómo? Cazando en algunos de los destinos más espectaculares del mundo. Como buenos mexicanos, siempre viajan con una botella de tequila o mezcal debajo del brazo por lo que pudiera pasar.
Enamorados de África, han cazado cuatro de los cinco grandes y un sinfín de antílopes -más los viajes que tienen programados para los próximos años-. Han cazado algo de montaña en Asia, Europa y por supuesto, han recorrido lugares únicos de América. Siempre juntos.
A diez días de partir rumbo a Alaska -la última frontera- su outfitter les cancelaba, por segundo año consecutivo y sin justificación, un viaje que llevan tiempo planificando con mucha ilusión. Con el disgusto aún en el cuerpo, se pusieron en contacto con nosotros y en cuestión de un par de días, cerrábamos una cacería muy especial. Comenzando en España, viajaríamos a los Pirineos para cazar gamo y muflón y a continuación, volaríamos a Rumanía para cazar venados en los Cárpatos. Todo ello en un entorno único y salvaje.
Pirineos, un rincón poco explorado de España
Cuando los cazadores internacionales piensan en España como destino de caza, lo primero que les viene a la cabeza son nuestros machos monteses. Es normal. No obstante, muy pocos tienen presente que los Pirineos, además de ser una de las cadenas montañosas más impresionantes de Europa, agrupan una variedad de fauna bastante amplia. Sarrios, muflones, venados, gamos, corzos y jabalíes son abundantes y es refugio para especies tan emblemáticas como el urogallo y el oso.
Libre de alambreras y mallas cinegéticas, la caza -que es muy abundante- vive en estado totalmente salvaje, haciendo de cualquier cacería en los Pirineos, una experiencia muy interesante. Además, permite combinar en una misma cacería una serie de especies que, en condiciones normales, sólo sería posible en fincas cercadas.
¿Quién dijo que los gamos fueran de terrenos llanos?
Durante la cacería en Pirineos, nos alojaríamos a pie de una de las mejores estaciones de esquí de España. Ubicados a poco más de media hora del cazadero, ofrece un alojamiento estupendo y una variedad de restaurantes con mucho encanto, propios de allí, en los que además se come de cine.
El primer día de caza, nos centrábamos en los gamos. Amanecía un día precioso. Fresco, con el cielo totalmente despejado y sin viento. Nada más comenzar a subir, empezamos a ver los primeros grupos de gamos. Resulta llamativo ver la cantidad de caza que hay, pero mucho más, los sitios en los que viven los gamos. En algunas zonas, están incluso por encima de los sarrios y muflones.
A pesar de ser una cacería que se lleva a cabo entre los 2.200-2.700 metros de altitud, la ventaja de este cazadero concreto, es que sabiendo un poco por donde se mueven los animales, cabe la posibilidad de subir en coche hasta bastante arriba. Independientemente de que luego la cacería sea toda a pie y requiera estar en buena forma física, quitarse la peor parte del ascenso a pie facilita enormemente las cosas en caso de que el cazador tenga alguna limitación.
Dos lances limpios para culminar un día perfecto
Ya desde arriba y dando tiempo a que amaneciera para localizar mejor los grupos de gamos sin espantarlos, admirábamos en silencio las vistas que los Pirineos nos ofrecían. Es imposible no quedarse prendado de estas montañas y de no sentirme un privilegiado por poder disfrutar así mi trabajo.
Con los primeros grupos localizados -entre los que había tres gamos que destacaban- creímos que lo más conveniente sería separarnos. Arturo, iría a por uno localizado bastante arriba, que, por la dirección del aire, obligaba a dar una vuelta muy grande y entrarle desde más arriba. Fernando, para su suerte -y la mía ya que yo iría con él- cazaría hacia abajo, pues sospechábamos que otro de los grandes gamos que teníamos localizado de días antes podría estar por debajo de nosotros. No nos equivocamos. Tras dos entradas fantásticas y en ambos casos, mucha suerte, pues con tanta caza y siendo un terreno totalmente alpino -no hay nada con lo que taparse más que ir jugando con las ondulaciones del terreno- es muy fácil dejarse ver y echarlo todo a perder, Fernando y Arturo resolvían dos lances de forma impecable, culminando así un día extraordinario de caza en la montaña.
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Muflones de montaña
Con el éxito del día anterior y tras haber celebrado la ocasión con un buen vino español, algo de tequila -por aquello de adaptarse a las tradiciones de todos los allí presentes- y una cena espectacular en uno de los restaurantes favoritos de mi mujer Paloma del Valle de Arán, tocaba afrontar un nuevo día de montaña. Esta vez tras los muflones.
Los que han tenido la oportunidad de cazar muflones de montaña -en montaña de verdad- estarán de acuerdo conmigo en que se trata de una de las cacerías más bonitas que uno pueda imaginar. El entorno es único, pues muchas veces se cazan a la misma altura que los sarrios, lo que ya de por si tiene un significado especial. Pero, además, no sé qué tienen estos animales, que pueden ser dificilísimos. Gozan de una vista privilegiada y cuando crees estar haciendo una entrada perfecta, sin previo aviso ni razón aparente, levantas la vista para comprobar que todo está bien y observas que hay una estampida de muflones volcando dos barrancos más allá.
A pesar de empezar a andar muy temprano -antes del amanecer- para ganar altura pronto, pues teníamos casi dos horas hasta situarnos por encima del nivel de los árboles, el calor del día hizo que la actividad se frenara sobre las 11:00. Hasta entonces, habíamos visto un par de parejas de corzo, varios sarrios y algunos grupos de muflones, pero siempre demasiado lejos como para ofrecer una oportunidad clara de tiro. Viendo que la caza se echaba al monte a resguardo del calor, aprovechábamos para ganar altura. Desde el punto más alto y con vistas de pájaro, aprovechamos para comer algo. Desde allí, no hay duda de que todo sabe infinitamente mejor.
Durante las tres horas siguientes, los ronquidos de Arturo y Fernando se hicieron famosos. A base de mirar con los prismáticos, terminé localizando -además de un grandísimo venado- varios grupos de muflones y alguna cabrada de sarrios. Excepto el venado, toda la caza se pasó el día a la sombra, hasta que a partir de las 16:00, cuando la temperatura comenzó a bajar, los animales volvieron a activarse. Fue entonces cuando decidimos ponernos en marcha. Tardamos una hora y media en llegar hasta un primer grupo de muflones en el que habíamos observado un par de machos preciosos. El aire no estaba bien del todo y por si fuera poco, un grupo de 38 sarrios, casi arruinan nuestra entrada. Pese a ello, tuvimos algo de suerte y con muchísimo cuidado, pudimos colocarnos a 310 metros sin posibilidad de acercarnos más. Apoyado en la mochila, el 6,5x57R hizo una magnífica labor, derribando nuestro muflón sobre sus propias huellas. ¡La alegría no cabía en nosotros!
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Acabadas las fotos y tras desollar el animal, aún quedaba algo de luz para continuar cazando. Tiempo que no quisimos desperdiciar. Con celeridad, recogimos y empacamos nuestras mochilas para continuar hacia el siguiente valle. Con el lance anterior, vimos mucha caza meterse en esa dirección y algo me hizo intuir que con el poco ruido que habíamos hecho, los muflones estarían todos del otro lado. Poco a poco, fuimos asomando, aprovechando la cobertura que una risquera nos ofrecía. Conforme ganamos algo de terreno, empezamos a ver los primeros muflones. La pendiente de nuestra ladera era tan pronunciada que ofrecía muy mal apoyo, por lo que optamos por arrastrarnos hasta un puntal que nos situaría sobre los 220 metros de distancia.
Nuestro muflón no paraba quieto detrás de las hembras con evidentes síntomas de celo, lo que dificultaba enormemente el tiro. En un momento en el que el animal se paró detrás de una hembra, el pequeño 6,5x57R rompió el silencio de la montaña. El muflón cayó inmediatamente, rodando hasta el fondo de un barranco. Las felicitaciones y la alegría del momento duraron lo que tardamos en asomar al barranco para comprobar que el muflón no estaba. Empezaba un rastreo que decidimos dejar para el día siguiente tras levantar al muflón y verlo trasponer 200 metros por delante de nosotros, aparentemente poco afectado por el tiro.
Al día siguiente, acompañados por nuestro amigo Aitor Cuy y de su perro Tuc -acreditados por la AEPES y de los mejores guías de caza que conozco- volvimos al mismo punto en el que el día anterior habíamos visto perderse el muflón. No tardó mucho Tuc en localizar el rastro. Sin despegar la nariz del suelo y escoltado por Aitor, se perdieron en el monte. Una liebre como un perro de grande salida de los propios pies del perro hizo despistarse ligeramente a nuestro protagonista que, enseguida volvió a su tema. Un rato largo después, las voces de Aitor desde lo más profundo del barranco nos alertaban de que Tuc había dado con el muflón. Desde aquí dar las gracias a Aitor y a Tuc por su gran ayuda y su plena disponibilidad desde el primer momento, ya que, sin ellos, no habría sido posible dar con nuestro muflón.
De los Pirineos a los Cárpatos
Terminados en el Pirineo, poníamos rumbo a los Cárpatos, en Rumanía, con la intención de cazar dos venados aprovechando los que, sobre el papel, suelen ser los mejores días de berrea. En la montaña, la berrea nunca se sabe. Puede ser tan incierta como la caza misma, aunque la realidad era que los días previos a nuestra llegada nos habían informado que la berrea estaba muy fuerte.
Volamos a Bucarest y desde allí tardamos casi tres horas hasta llegar al cazadero, ubicado en la zona más al sur de los Cárpatos, próxima al pantano de Vidraru. La zona ofrece varias opciones de alojamiento, todas ellas entre 15 y 40 minutos en coche hasta los distintos cazaderos. Sin embargo, dada la afluencia de turistas, optamos por quedarnos en el refugio de los guías de caza. Un complejo agradable al pie de la montaña y muy cerca de las zonas de caza.
Una primera mañana callada, pero con sorpresa
Repartidos en dos grupos de caza -cada cazador con su equipo de guías- la primera mañana empezaba muy temprano. Sin apenas luz todavía, dejamos el coche para, muy despacio, adentrarnos en un espesar de monte por una vereda muy bien marcada. Cada pocos pasos, parada a escuchar. Recuerda un poco al escondite inglés.
Avanzaba la mañana sin escuchar el más mínimo síntoma de berrea. De la nada, un venado nos delataba su posición poniéndonos a todos los pelos de punta. Pese a estar por encima de nosotros, no estaba del todo lejos y un segundo bramido -ahora ya menos tímido que el anterior- nos indicaba que el venado venía en nuestra dirección. Casi de puntillas, continuamos avanzando por el monte. La humedad del terreno ayudaba a no hacer prácticamente nada de ruido. Pocos minutos después, ya muy cerca, una tercera tanda de berridos casi nos tira al suelo del susto. Una cierva, dos ciervas, tres ciervas… ¡Ahí está! Majestuoso, y con la cabeza agachada para poder avanzar entre las ramas con semejantes cuernas, aparecía nuestro venado de la nada. No hizo falta la confirmación de los guías para saber que se trataba de un venado excepcional que Arturo debía tirar. A 18 metros, un tiro perfecto ponía fin a un lance perfecto sobre un venado cuyo trofeo, ya limpio, alcanzaría los 12 kg.
La paciencia siempre da sus frutos
Habiendo concluido Arturo con su venado la primera mañana de caza, todos los esfuerzos se concentraban ahora en hacer lo mismo con Fernando. La berrea parecía haberse suavizado algo, aunque aquí -más que en cualquier otro destino de montaña- va por momentos. Si la berrea en la montaña es de por sí ambigua siempre, el hecho de que estos venados llegan a viejos sobreviviendo a osos y lobos, nos hace entender lo precavidos que son.
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Durante tres días, estuvimos subiendo y bajando montañas buscando algún venado que mereciera la pena. Nadie dijo que esto fuera fácil. La inmensidad del territorio, la infinidad del monte y las densidades de allí que, por cuestiones de clima y depredación, están muy lejos de ser las de otros países europeos, hace que esta cacería adquiera aún más interés. La tarde del tercer día, un venado nos tuvo en vilo hasta bien entrada la noche. A poco menos de 100 metros contestaba -enfadado- a los berridos que el guía emitía con un cuerno de vaca. Al llegar al límite del bosque, el venado se paraba sin querer dar la cara. Tan cerca, pero a la vez tan lejos. La actitud del venado nos hacía presagiar que se trataba de un venado viejo.
De vuelta al campamento, todavía alterados por lo emocionante que había sido esa última hora casi rozando el éxito, decidimos volver al día siguiente a repetir el plan. La mañana se pasó sin apenas movimiento, con tres venados distintos que berreaban en la lejanía imposibles de entrar. Era el cuarto día, empezaban a pesar ya los ánimos. Pero había que tener paciencia, pues todavía nos quedaba una tarde y la mañana del día siguiente para intentarlo.
Aquella tarde, la última de la cacería, salimos cargados de ánimos esperando que el venado, nuestro venado, cometiera un error. No sabemos que ocurrió aquella tarde pero la berrea estaba en máximos, escuchándose incontables venados a nuestro alrededor. Un verdadero espectáculo en un sitio único. Tocó volver a subir al mismo sitio de las veces anteriores. Apostados en el punto clave, un venado -el que creíamos ser el nuestro- respondió a nuestros berridos. Un ritual que se prolongó durante más de dos horas hasta llevarnos al mismo punto que la tarde anterior.
Desde el mismo límite del bosque, el venado se negaba a dar la cara. Tal fue nuestra insistencia que de la nada, una cierva asomó del monte a comprobar qué tipo de venado éramos. Fue precisamente esta cierva la que llevó al venado a salir del bosque siguiendo su rastro y un vistazo a través de los prismáticos con poca luz sirvió para confirmar que se trataba de un venado digno que no debíamos dejar escapar después de la cantidad de horas que le habíamos dedicado.
Fin a un combo perfecto
Con este venado, Fernando ponía la brocha final a una cacería espectacular en el que pudimos recorrer, sin lugar a duda, dos de las cadenas montañosas más bonitas y destacadas de Europa: Pirineos y Cárpatos. Un total de 7 días cazando de verdad. ¡Enhorabuena a los dos cazadores! Sólo cuento los días para volver a rencontrarnos en la montaña.
Un abrazo y buena caza.
Álvaro Mazón (Jr.)