Corzos: de padres a hijos
Fred y Joakim: padre e hijo unidos por una misma pasión.
Nuestro primer contacto fue a través de las redes sociales. Joakim, un joven cazador de treinta y pocos años, gran aficionado a los corzos, quería venir a España con su padre -Fred- atraídos por la calidad de nuestros corzos. Noruegos de origen, han tenido la oportunidad de cazar en las mejores zonas de los países nórdicos, obteniendo una fantástica colección de corzos y un sinfín de anécdotas juntos. Tras muchas conversaciones, era el momento de visitar España.
Fred, además de ser un cazador de corzos excepcional -transmite una tranquilidad y paciencia fundamentales- su interés por esta especie le ha llevado a realizar un estudio de muchos años en el que analiza la correlación entre la edad exacta de los individuos que abaten y la calidad de los trofeos. Además, padre e hijo, dirigen un pequeño proyecto local de protección de crías de corzo, que consiste en retirar a los corcinos recién nacidos de zonas de siembras, coincidiendo allí con la época de cosecha empleando drones con cámaras térmicas para la localización de las crías.
Con los corzos, nunca se sabe.
Personalmente, cuando los cazadores vienen buscando corzos especialmente grandes, el mes de abril y principios de mayo suele ser la mejor época, coincidiendo con el inicio de la temporada y cuando los corzos están más activos. Tanto a Fred como a Joakim, les horrorizaba la idea de cazar trofeos cuyas cuernas estuvieran todavía demasiado blancas, por lo que optaron por venir hacia mediados de mayo.
El principio de temporada ha sido excepcional, habiendo obtenido una calidad de corzos mejor que la media de años anteriores. Sin embargo, una primera ola de calor a pocos días de iniciar esta cacería, hizo que los corzos que teníamos razonablemente controlados desaparecieran de la noche a la mañana. Las altas temperaturas ralentizaron la actividad de los corzos, pasando éstos a moverse únicamente a primera y última hora del día. Además, en muy poco tiempo, las siembras espigaron y los corzos dejaron de tomarlas. Y es que, con los corzos, nunca se sabe.
3 días de máximo disfrute por delante.
Tras meses hablando con Fred y Joakim, por fin nos encontrábamos en el aeropuerto de Madrid. Muchas ganas y expectación por conocer nuestras áreas de caza, nuestra visión sobre la gestión de las poblaciones y demás cuestiones relacionadas con la caza del corzo en España.
Lamentablemente, Norwegian Airlines les perdió las maletas y los rifles, obligándonos a tener que hacer noche en Madrid y reclamar los equipajes al día siguiente. Gracias al empeño de la Guardia Civil del aeropuerto de Madrid, pudimos recuperar todo a la mañana siguiente y trasladarnos, ahora sí, a la que sería nuestra casa para los próximos días. Como no todo iban a ser corzos y caza, también había que enseñar a nuestros amigos parte de nuestra cultura gastronómica.
¿Cuál sería el plan de caza?
Fred y Joakim venían a España con la intención de cazar un corzo grande cada uno. Con el fin de optimizar al máximo las posibilidades de éxito -teniendo en cuenta además el cambio tan radical en el comportamiento de los corzos como consecuencia del calor- la idea inicial sería cazar por separado. Teníamos distintos machos localizados en puntos bastante fijos que encajaban con el tipo de corzo que buscábamos para ambos. Todo era cuestión de ver cómo estaba el viento y plantear una estrategia. Pero ya sabemos que los planes con estos animales no siempre funcionan como uno espera. Siempre hay sorpresas y más cuando se trata de corzos viejos.
¡Objetivo cumplido!
Después de un intento fallido la tarde anterior, en la que pudimos simplemente intuir el corzo a por el que íbamos ya de noche, Joakim pudo hacerse con él a la mañana siguiente. El corzo, perfectamente conocedor de su territorio, salía a un sitio prácticamente imposible de entrar. Un roble solitario en mitad de un barbecho libre de cualquier mata era nuestro único escudo. Delante de nosotros, en una ladera salpicada de robles, espinos y jaras vivía nuestro corzo. La distancia que nos separaba de su zona habitual variaba entre los 290 y los 425 metros, un tiro demasiado pretencioso y arriesgado. Teníamos que esperar a verlo salir e intentar una entrada.
Apostados en nuestro roble desde antes del amanecer, miramos, miramos y seguimos mirando hasta casi perder la esperanza de ver a nuestro corzo. No habían pasado más de 10 minutos desde que el sol había empezado a calentar, cuando vimos el corzo -junto a su corza- salir del monte camino de unos perdidos a solearse. Los 395 metros que nos separaban del corzo obligaban a planear una entrada. Dicho y hecho. Tras una entrada difícil -pues no había nada con lo que taparnos- y aprovechando el sol a nuestra espalda, conseguimos colocarnos a 154 metros, distancia a la que Joakim resolvió el lance magníficamente. ¡Felicidad y ganas de celebrarlo!
Con el corzo de Joakim conseguido, era el momento de centrar todos nuestros esfuerzos en conseguir que Fred cumpliera su objetivo. Fred, lo había intentado varias veces con distintos corzos, pero hasta el momento, ninguno de los que buscábamos había dado la cara. Parece mentira que tratándose de corzos que llevábamos viendo casi todos los días, de pronto, desaparecen sin dejar rastro.
Mientras Joakim y yo, tratábamos de localizar alguno de los corzos que teníamos controlados, el otro equipo de guías -junto a Fred- trataban de hacer lo mismo por su lado. El tiempo corría en nuestra contra y el calor no nos favorecía. Pero cuando uno no pierde la fe y continúa cazando con las mismas ganas del primer día, la situación puede cambiar en cuestión de segundos. A última hora de la última mañana de caza, Fred conseguía cazar su corzo a 65 metros de distancia tras una entrada formidable. Esa llamada de teléfono comunicándome el éxito de Fred me supo a gloria. ¡Enhorabuena!
Una imagen vale más que mil palabras.
Una de las partes más gratificantes de este trabajo es la gente que conozco a lo largo de las distintas cacerías. Después de unos cuantos kilómetros y de convivir durante 3 días con Fred y Joakim, cazando y discutiendo de corzos -siempre con una cerveza en la mano- puedo decir que, además de un disfrute enorme, se han convertido en buenos amigos.
Y como buenos amigos, esta imagen que me hicieron llegar hace poco, vale más que todos los puntos de cualquier corzo. ¡Os esperamos de nuevo el año que viene!
Un abrazo y buena caza.
Álvaro Mazón (Jr).